miércoles, 15 de noviembre de 2017

"Por ejemplo", de John Ciardi

Un chico llegó a la calle y allí había una chica.
“Hola”, dijeron al pasar, y entonces no pasaron.
Empezaron a imaginar. Imaginaron toda la noche
y se despertaron imaginando lo que el otro imaginó.
Después se despertaron sin necesidad de imaginar.
Estaban juntos. Siguieron caminando juntos.
Una vez despiertos una hija que se levantó
y se fue buscando algo sin mirar atrás.
Pero se tenían entre sí. Entonces uno murió.
No importa cuál. Cualquiera. El otro
trató de imaginar morir, y en realidad no pudo,
pero murió después, quizá para averiguar
aunque probablemente no. No todo lo que pasa
es una experiencia de aprendizaje. Quizá nada lo es.

"Desposeimiento", de Lorine Niedecker

Díganles que boten mis paredes desnudas
mis pilares de cemento
sus partes pertinentes
y su cláusula de garras

déjenme la tierra
arañen: la tierra

que prosa y propiedad mueran ambas
y me dejen paz.

"[Mi madre vio al sapo verde arbóreo]", de Lorine Niedecker

Mi madre vio al sapo arbóreo verde
en el marco de la ventana
el primero desde que era joven.
 Lo vimos respirar

e hincharse redondo.
Mi juventud no es señal segura
de que encontraré este tipo de cosas
aunque sí canta.
Entrémoslo

dije para que lo viera mi abuela
pero no pudo
cambió a pardo
y el pueblo
nos cambió a nosotras, también.

"Los perros son shakespearianos, los niños son extranjeros", de Delmore Schwartz

Los perros son shakespearianos, los niños son extranjeros.
Dejemos que Freud y Wordsworth discutan al niño,
ángeles y platónicos juzguen al perro,
el perro corriendo, deteniéndose, distendiendo sus fosas
después ladrando y aullando; el chico que pellizca a su hermana,
la niña que cantaba la canción de Twelfth Night,
como si hubiera entendido el viento y la lluvia,
el perro que gimió, oyendo los violines en concierto.
–Oh, ¡cuán triste me pone ver niños o perros!
Porque son extranjeros, porque son shakespearianos.

Dinos, Freud, ¿no podría ser que los adorables niños
simplemente tengan feos sueños sobre funciones naturales?
Y tú también, Wordsworth, ¿están los niños realmente
nimbados de gloria, sabios de oscura Natura?
El perro en humilde husmeo en la tierra,
el niño que da crédito a sueños y teme a la oscuridad
saben más y menos que tú: muy bien saben
que ni sueño ni infancia responden bien preguntas:
ustedes son extranjeros, los niños son shakespearianos.

Considera al niño, considera al animal,
da la bienvenida a los extraños, pero estudia cosas cotidianas,
sabiendo que el cielo y el infierno nos rodean
pero esto, esto que decimos antes de lamentarlo,
esto que vivimos debajo de nuestras caras no vistas
no es ni sueño ni niñez, tampoco
mito, ni paisaje, final o finalizado,
porque estamos incompletos y no sabemos el futuro,
y aullamos o nos bailamos el alma
en palpitantes sílabas bajo una cortina:
Somos shakespearianos, somos extranjeros.

lunes, 6 de noviembre de 2017

Terror de ver y haber: algunas notas a partir de "El Fantasma", de Gabriela Mistral

Aquí estoy si acaso me ven,
y lo mismo si no me vieran

6-7

Oh it gets dark, it gets lonely
On the other side from you

Kate Bush, Wuthering Heights

Lo fantasmal guarda no sólo una diferencia integral con la enunciación de lo que entendemos como a este lado de la vida, sino también con lo que entendemos como lo contrario de la misma. Esta relación es anómala porque no arrojamos con facilidad a lo meramente muerto al lado de lo en sí inerte; incluso sin pensarlo demasiado –tal vez precisamente por no pensarlo o bien no ser posible de pensar–, hay una resistencia íntima, una falta de tranquilidad en el hecho de poner a los muertos al lado de las piedras, como si piedras fueran. Tal vez de allí que las piedras actúen como máscaras de lo inerte, como tumbas; por eso la lápida va arriba, ocultando, impidiéndonos ver el contraste entre un muerto y una roca o, peor aún, que notemos horriblemente que hay un contraste porque no hay contraste alguno. Esta relación entre los vivos, los muertos y lo inerte es paradójica porque así como no queremos –pero a veces sí queremos– morir, también queremos y no queremos que los muertos se diluyan y aniquilen. Esto –quizá– explica la tumba, que oculta al muerto pero que al mismo tiempo lo señala; la inscripción mortuoria que lo identifica con un vivo, aunque ya no. La inscripción impide la total absorción del muerto en lo inerte, precisamente al autorizar al fin su desintegración, si sólo corpórea. No es así casual que a la borradura del nombre vaya asociada la exhumación del cuerpo, desnombrado ahora, sepultado en la fosa común; ni que se use con frecuencia, en tal caso, el verbo “arrojar”, como a una piedra. En tal caso, el tránsito hacia la mera cosa ha terminado con éxito; nos repugna, en general.

El poema El Fantasma, de Gabriela Mistral, parece explorar esa tensión, por lo demás explorada antes; el comercio entre vivos y muertos en la literatura no es novedoso, pero eso tiene poca importancia. El punto, para mí, es lo interesante de que Mistral tenga aguda conciencia de que hay una tensión irremontable, no ya en escribir un poema sobre un no vivo sino en introducir, inconcebiblemente, el no vivir en un poema, lo que traduce en un procedimiento en que sus verbos no dan cuenta –sino que son esa dislocación, trocándose en muertos vivos, como si ello fuera ineludible si lo que se pretende es indagar la zona de intersección entre los vivos y las cosas.

El procedimiento parece sencillo, y es tentador señalar que aquí Mistral no es en lo fundamental una experimentadora de usos nuevos, sino una recopiladora de imágenes ya usadas; “la dura noche” o “la dura mañana” no son ejemplos, ni antes ni ahora, de una peculiar torsión en el lenguaje. Resulta fácil comprender, entre todas las espectaculares cegueras que la acompañaron en vida, por qué gatillos más rápidos como Huidobro o Neruda llamaron mucho más la atención de una época todavía fascinada con la combustión interna, el acero, los aviones y los tanques.

No obstante, no se suele hacer justicia a Mistral respecto a su audacia verbal, –moderna si se quiere– cuando la demostró, y en ese ámbito El Fantasma no, es absoluto, un poema tímidamente tradicional –si tal cosa existe–, porque no hay antecedentes, hasta donde yo sé, en lengua española para figuras como queriendo haber lo que yo había, o bien

mi marcha de alga lamentable
que se retuerce contra su puerta

no sin remontarse al castellano anterior a 1492, aún flexible de Sem Tob, antes del Siglo de Oro y todo eso. La conexión entre la poesía medieval y la moderna, Pound y Apollinaire mediante, creo no merece ser discutida, y los ejemplos que puse pasan claramente por absolument modern, así Mistral no necesite esta defensa. Me detendré en el primero ejemplo que puse. En la quinta estrofa, Mistral dice:

Aquí me ven si es que ellos ven,
y aquí estoy aunque no supieran,
queriendo haber lo que yo había,
que como sangre me sustenta;

me resulta alucinante la elección del inmanejable verbo “haber”, siempre auxiliar salvo ahora, para denotar un ansia aún más profunda que la de ser o vivir: la de aunque sea haber, como un jirón al que aferrarse, un verbo que no puede en sentido estricto existir sólo por y para sí, correspondiendo a la amputación total que supone el (haber) muerto y saberlo. Pero la destreza de esta construcción no termina en eso. Si se pone atención al leer, se aclara –pero no se disipa– el nimbo de ambigüedad respecto de cuál es el sujeto pasivo de la acción de “haber”, si lo hay, que podría ser tanto el propio fantasma como los que están del otro lado. Así, queda una suerte de lucha soterrada, un tironeo entre el fantasma y los vivos respecto de lo que a aquél nutre –y en principio son los vivos los que necesitan sustento, pero no los vivos los que se sustentan en sangre–, manteniendo dolorosamente a aquél cerca de éstos.

Como una especie de puente para una relación entre vivos y muertos, Mistral elige una imagen desconcertante para describir al fantasma que habla, la de la larva, que, sabemos, es un comienzo y no un fin de la vida, como la semilla o un niño. Pero la larva es también el gusano que devora a los muertos. Con eso, Mistral podría haber completado su tarea; in my beginning is my end, se sabe. Pero la imagen opera aún más allá: de una forma diestra (o siniestra), incluso brillante, la larva –insecto, quizá parásito– es una vida pero una vida otra, alienígena, que amenaza a la nuestra: como el fantasma, aunque en otro sentido, se parece y no se parece a nosotros. Lo que creo que hace Mistral no es usar las semejanzas entre la larva y los muertos, ni señalar que tengan alguna correspondencia, salvo –y la salvedad es crucial– en cuanto a forzarnos a dirigir nuestra atención a que la diferencia de los vivos con ambas categorías son tales que una larva y un fantasma terminan asemejándose entre sí por la fuerza de nuestro rechazo o contraste espantoso, uniformadores en su intensidad, como amarrándolos de un extremo cada uno ante su fuerte forcejeo de resistencia, convirtiendo a ambos, juntos, en metáfora de lo horrible, duplicando el horror resultante.

De paso, Mistral arroja la pista de una concepción de la ultratumba como otra, nueva vida, pero irremediablemente amputada –tal como haber parece un muñón de ser– en la especie de una mutación hacia un estadio posible a través de la muerte, inalcanzable sin morir. Esto, en otro contexto, podría ofrecer una esperanza, un consuelo. No en este poema: porque la puerta, insistentemente, es todavía la única dirección en que el fantasma mira. Me refiero a un elemento que permea este texto:

En país que no es mi país,
en ciudad que ninguno mienta,
junto a casa que no es mi casa,
pero siendo mía una puerta,

puerta que es un imán de atención, un foco visual y, por tanto, una especie de visión obsesa y traumática para un muerto que no quiere estarlo, un catalejo que le deja ver, pero le obstruye tanto tocar como ser visto y tocado:

Detrás la cual yo puse todo,
yo dejé todo como ciega,
sin traer llave que me conozca
y candado que me obedezca.

Aquí me estoy, y yo no supe
que volvería a esta puerta
sin brazo válido, sin mano dura
y sin la voz que mi voz era;

Como otros muertos vivientes, la fantasma mistraliana no ve que está muerta porque mira a los vivos aún, porque sólo mira a los vivos, a los que cree haber –en el sentido de “ingresarlos a su haber”, literalmente una suerte de contabilidad– al haber puesto allí. Y como ver es lo que la configura, resulta transida de dolor por no ser vista: es decir, por ya no ser, si es que somos con y para otros; no como una piedra, tranquila y completa en su inercia, sino sólo un haber ya totalmente intransitivo, consistente en un ojo amputado de sí (sin brazo válido, sin mano dura), estático e hipervidente –es decir, ciego. Si, como lectores, esto no nos arroja al ámbito del puro terror, no sé qué podría hacerlo.

* * *
 
IV
EL FANTASMA

(de Tala)

En la dura noche cerrada
o en la húmeda mañana tierna,
sea invierno, sea verano,
esté dormida, esté despierta.

Aquí estoy si acaso me ven,
y lo mismo si no me vieran,
queriendo que abra aquel umbral
y me conozca aquella puerta.

En un turno de mando y ruego,
y sin irme, porque volviera,
con mis sentidos que tantean
sólo este leño de una puerta,

Aquí me ven si es que ellos ven,
y aquí estoy aunque no supieran,
queriendo haber lo que yo había,
que como sangre me sustenta;

En país que no es mi país,
en ciudad que ninguno mienta,
junto a casa que no es mi casa,
pero siendo mía una puerta,
 
Detrás la cual yo puse todo,
yo dejé todo como ciega,
sin traer llave que me conozca
y candado que me obedezca.
 
Aquí me estoy, y yo no supe
que volvería a esta puerta
sin brazo válido, sin mano dura
y sin la voz que mi voz era;
 
Que guardianes no me verían
ni oiría su oreja sierva,
y sus ojos no entenderían
que soy íntegra y verdadera;
 
Que anduve lejos y que vuelvo
y que yo soy, si hallé la senda,
me sé sus nombres con mi nombre
y entre puertas hallé la puerta,

¡A buscar lo que les dejé
que es mi ración sobre la tierra,
de mí respira y a mí salta,
como un regato, si me encuentra!
 
A menos que él también olvide
y que tampoco entienda y vea
mi marcha de alga lamentable
que se retuerce contra su puerta.

Si sus ojos también son esos
que ven sólo las formas ciertas,
que ven vides y ven olivos
y criaturas verdaderas;

Y de verdad yo soy la Larva
desgajada de otra ribera,
que resbala país de hombres
con el silencio de la niebla;

¡Que no raya su pobre llano,
y no lo arruga de su huella,
y que no echa vaho de jadeo
sobre el aljibe de una puerta!
 
¡Que dormida dejó su carne,
como el árabe deja la tienda,
y por la noche, sin soslayo,
llegó a caer sobre su puerta!;

lunes, 4 de septiembre de 2017

"Cambia", de Kathleen Raine

Cambia,
dijo el sol a la luna,
no puedes quedarte.

Cambien,
dijo la luna a las aguas,
todo está fluyendo.

Cambien,
dicen los campos a la hierba,
sembrado y cosecha,
afrecho y grano.

Debes cambiar dijo,
el gusano dijo al capullo,
aunque no a la rosa,

pétalos cayendo
que alas pueden levantar
sobre el viento.

Estás cambiando
dijo a la doncella la muerte, tu cara ajada
a memoria, a belleza.

Estás listo para cambiar?
Dice el pensamiento al corazón, para dejarlo pasar
a todo lo largo de tu vida

a lo ignoto, lo nonato
en la alquimia
del sueño del mundo?

Cambiarás
dicen las estrellas al sol,
la noche a las estrellas.

viernes, 21 de julio de 2017

4 poemas de Paulo Leminski

kawasu

“Kawasu” es “sapo”, en japonés.
Imagino su relación original con
“kawa”, “río. El batracio es el animal
totémico del haiku, desde aquel
memorable momento en que Maestro
Bashô descubrió que, cuando un sapo
“tobikômu” (“salta-entra”) en el viejo
tanque, él es del agua.


mallarmé bashô


un salto de sapo
jamás abolirá
un viejo pozo


lápida 1
epitafio para el cuerpo

Aquí yace un gran poeta.
Nada dejó escrito.
Este silencio, acredito,
son sus obras completas.



lápida 2
epitafio para el alma

aquí yace un artista
maestro en desastres

vivir
con la intensidad del arte
lo llevó a infartarse

dios tenía pena
de sus disfraces

"La niñez es el reino donde nadie muere", de Edna St. Vincent Millay


La niñez no es lo que desde el nacimiento hasta cierta edad y a cierta edad
el niño ha crecido, y aparta las cosas de niños.
La niñez es el reino donde nadie muere.

Nadie que importe, desde luego. Por supuesto parientes lejanos
mueren, a quienes uno nunca ha visto o ha visto una hora,
y nos dieron un dulce en una bolsa verde y rosada, o una cortapluma
y se fueron, y no puede decirse que hayan vivido en realidad.

Y los gatos mueren. Yacen en el piso y agitan sus colas,
y su piel reticente de pronto se mueve entera
con pulgas que nadie supo que estaban ahí,
correctos y marrones, sabiendo todo lo que hay que saber,
marchando del mundo de los vivos.
Te consigues una caja de zapatos, pero es muy pequeña, porque ahora ella no se riza sobre sí:
así que encuentras una caja más grande, la entierras en el patio y lloras.
Pero no te levantas un año después, dos años, en mitad de la noche
ni lloras con tus nudillos en la boca, diciendo ¡Oh Dios! ¡Oh Dios!
La infancia es el reino donde nadie muere.
Madres y padres no mueren.

Y si dijiste "¿por qué siempre tienes que estar dando besos?",
o "¡me harías el favor de dejar de golpear la ventana con el dedal!",
mañana, o incluso el día después de mañana si estás ocupado pasándolo bien
hay mucho tiempo para decir "lo siento, madre".

Haber crecido es sentarse a la mesa con gente que murió,
que no escucha ni habla;
que no toma su té, aunque siempre dijo
que el té les daba mucho gusto.

Corres a la alacena y les traes el último pote de frambuesas;
no les tienta.
Los adulas, les preguntas que fue lo que exactamente dijeron
esa vez al obispo, al supervisor, o a la señora Mason;
no les interesa.
Los imprecas, enrojeces, te levantas
los arrastras de sus sillas, por sus hombros rígidos y los
zamarreas y les gritas;
no están perturbados, ni siquiera avergorzados; se deslizan
de vuelta en sus sillas.

Tu té ahora está frío.
Te lo tomas de pie
y dejas la casa.

"Agua de pozo", de Randall Jarrell

Lo que una chica llamó “lo diario de la vida”
(agregando una carga a tu carga. Diciendo
“ya que estás aquí...” haciéndote un medio para
un medio para un medio para) es agua de pozo
bombeada de un viejo pozo en el fondo del mundo.
La bomba con la cual bombeas el agua está corroída
y difícil de mover y absurda, una rueda de ardilla
que una ardilla enferma torna lentamente, a través de
las soleadas, inexorables horas. Y aún así a veces
la rueda gira por su propio peso, la corroída
bomba bombea sobre tu cara sudando clara agua
fría, tan fría! Haces una copa con las manos
y sorbes de ellas lo diario de la vida

"morir está bien)pero la Muerte...", de E.E. Cummings

morir está bien)pero la Muerte

?oh
cariño
no

me gustaría

la Muerte si la Muerte
fuera
buena: para

cuando(en vez de dejar de pensar)tú

comienzas a sentirla, morir
es milagroso
por qué? por

que morir es

perfectamente natural; perfectamente
poniéndo
lo suavemente vivamente(pero

la Muerte

es estrictamente
científica
& artificial &

malvada & legal)

os lo agradecemos
dios
todopoderoso por morir
(perdónanos,oh vida!el pecado de la Muerte

"Alborada", de Philip Larkin

Trabajo todo el día, de noche me emborracho un poco.
Me levanto a las cuatro en oscuro silencio y miro.
En un momento los bordes de cortina se iluminarán.
Hasta entonces, veo lo que realmente siempre está allí:
La incansable muerte, ahora todo un día más cerca
haciendo imposible todo pensamiento que no sea el cómo,
el dónde y cuándo moriré.
Árida interrogación: y sin embargo el pavor
de morir, de estar muerto
parpadea de nuevo, tomando, horrorizando.
La mente en blanco ante el resplandor. Ni el remordimiento
-el bien no hecho, el amor no dado, el tiempo
gastado sin usar- ni la miseria porque
una sola vida pueda tardar tanto en remontarse
de sus erróneos comienzos, o nunca;
sino el vacío total para siempre,
la extinción segura a la que viajamos
y en la que nos perderemos. No estar aquí,
no estar en parte alguna y de pronto:
nada es más terrible, nada más cierto.

Ésta es una forma especial de tener miedo
que ningún truco disipa. La religión solía intentarlo,
ese vasto y musical brocado comido por polillas
creado para fingir que nunca moriremos,
y el profundo palabreo que nos dice Ningún
ser racional puede temer lo que no siente ni ve
a eso es a lo que tememos -a no ver, oír
tocar, probar u oler, nada en que pensar,
que amar o conectarse, la anestesia
de la que nadie vuelve.

Y así permanece justo al borde de la vista,
una pequeña mancha no enfocada, un frío persistente
que detiene cada impulso hasta la indecisión.
La mayoría de las cosas no sucederán: ésta sí,
y darse cuenta irrita
y enfurece cuando nos sorprende sin
gente o bebida. El coraje no es bueno:
significa no asustar a otros. Ser valiente
no deja a nadie fuera de la tumba.
La muerte no es distinta en la queja o resistiendo.

De a poco la luz se fortalece, y la pieza toma forma.
Es tan claro como un armario, lo que sabemos,
lo que siempre hemos sabido, de lo que no podemos escapar
ni aceptar. Un lado tiene que irse.
Mientras, los teléfonos se agazapan, listos para sonar
en oficinas con llave, y todo el despreocupado,
intrincado mundo de alquiler comienza a apresurarse.
El cielo es claro como arcilla, sin sol.
Hay trabajo por hacer.
Los carteros, como doctores, van de casa en casa

"El muchacho", de Ai

Mi hermana pasa la cara de la muñeca por el barro
y después se trepa por la ventana del camión.
Me ignora mientras camino alrededor
golpeando los neumáticos desinflados con un fierro.
El viejo me grita que me entre
pero sigo caminando alrededor del camión, golpeando más fuerte
hasta que llama mi madre.
Tomo una roca y la arrojo por la ventana de la cocina
pero se queda corta.
la voz del viejo hace rebotar el aire como una pelota
no puedo pasar mi pierna por arriba.

Me paro a su lado, esperando, pero no levanta la mirada
y aprieto el fierro, lo levanto, el cráneo se le parte.
Mi madre corre hacia nosotros, me quedo quieto,
le doy por la espalda mientras se inclina sobre él.
Arrojo el fierro y tomo el rifle de la casa.
Las rosas son rojas, las violetas azules
una bala para el caballo negro, dos para el castaño.
Caen rápido. Escupo, mi lengua ensangrentada,
he mordido esto. Me río, me acuerdo de la que anda afuera.
La atrapo bajándose del camión, disparo.
La muñeca aterriza en la tierra con ella.
La recojo y la mezo entre mis brazos.
Sí. Soy Jack, hijo de Hogarth.
Soy ágil. Soy rápido.
En la casa, me pongo el mejor traje del viejo
y sus zapatos de charol.
Empaco el camisón de mi madre
y la muñeca de mi hermana en la maleta.
De ahí salgo y cruzo los campos hasta la carretera.
Tengo catorce. Soy un viento desde ninguna parte.
Yo puedo romperte el corazón.

"Insomnio I", de Howard Nemerov

Algunas noches está destinado a ser la mejor forma de huir,
cuando la pesadilla es el extremo más corto de la pajita,
cuando el sueño es un lugar del pueblo donde no es seguro
caminar de noche, cuando levantarse es la única manera
que tienes de poner distancia con tus muertos desdichados,
un lote creciente, y escapar de su tiempo hacia el tuyo
por otro rato siquiera.


Entonces pasa como un fantasma, un planeta en la casa
nunca visto, entre las habitaciones
donde los niños se sueñan a sí mismos, y desde las cuales baja
al dominio vacío donde la luz del día reina;
recompénsate con un trago y un libro que leer,
un misterio, por su evasivo don
de reafirmación contra la hora de morir.
Ordénale a tu corazón: ¡deja de hacer eso!
y haz secular de nuevo al mundo.


Entonces, cuando sepas quién lo hizo, apaga la luz
y quedamente en lo oscuro, en el claro de luna o de la nieve
reflejando, escucha a la tierra silbar
en su trayectoria con efecto alrededor del sol
que a veces hace retrógrados a los planetas
y nos trae el frío olvido del amanecer
cuya luz extingue todas las luces, salvo una.


"Las víctimas", de Sharon Olds

Estuvimos felices cuando mamá se divorció de ti. Lo aguantó y
aguantó en silencio, todos esos años y entonces
te pateó, de repente y a sus hijos
les encantó. Entonces te despidieron, y nosotros
sonreímos por dentro, como sonreía la gente
cuando por última vez el helicóptero
de Nixon despegó del patio Sur. Nos hizo cosquillas
la idea de que te quitaran tu oficina,
te quitaran tus secretarias,
tus almuerzos de triple whisky doble,
tus lápices, tus resmas de papel. ¿Te llevarías también
tus trajes contigo, esas oscuras
calaveras en tu closet y las negras
puntas de tus zapatos con sus grandes poros?
Ella nos enseñó a soportarlo, a odiarte y soportarlo
hasta que nos erizamos con ella porque te
aniquilaras, padre. Ahora
dejo atrás a los vagos en los portales, las blancas
babosas de sus cuerpos destellando a través de rendijas en sus
trajes de cieno prensado, las manchadas
aletas de sus manos, el subacuático
fuego de sus ojos, barcos hundidos con las
linternas prendidas, y me pregunto quién lo tomó y
lo tomó de ellos en silencio hasta que lo
dieron todo y les quedó nada
más que esto.