domingo, 14 de febrero de 2010

Mark Strand, "Hombre y camello"

En la víspera de mi cumpleaños número cuarenta
me senté en el antejardín con un cigarro
cuando de la nada un hombre y un camello
aparecieron. No hicieron ni un ruido
al principio, pero a medida que se perdían
por la calle y fuera del pueblo empezaron a cantar.
Lo que cantaron sigue siendo un misterio para mí–
las voces eran indistinguibles y la tonada
muy ornamentada para recordar. Se adentraron
en el desierto y mientras iban, sus voces
se elevaron como una sobre el rugiente sonido
de la arena arrojada por el viento. La maravilla de su canto,
su elusiva mezcla de hombre y camello parecían
la imagen ideal para toda pareja dispareja.
¿Acaso era esta la noche que había esperado
tanto tiempo? Quería creer que sí,
pero justo a punto de desaparecer, el hombre
y el camello dejaron de cantar y galoparon
de vuelta al pueblo. Se detuvieron en mi antejardín,
mirándome con ojos endurecidos y dijeron:
"Lo arruinaste. Lo arruinaste para siempre."

"Miedo", de Ciaran Carson

Le tengo miedo a las vastas dimensiones de la eternidad.
Le tengo miedo al espacio entre el tren y el andén.
Tengo miedo al comienzo de una campaña sangrienta.
Le tengo miedo a las palpitaciones por exceso de té.

Le tengo miedo a la pistola dibujada del asaltante.
Tengo miedo de que los libros no sobrevivan a la lluvia ácida.
Le tengo miedo al Jabberwock, sea lo que sea.

Le tengo miedo a las malas decisiones de un árbitro.
Tengo miedo de que el único recurso sea alegar demencia.
Tengo miedo de lo que impliquen los honorarios de un abogado.

Tengo miedo a los duendes que colonizan mi cerebro.
Tengo miedo de leer la letra chica de la garantía.
¿Y a qué más le tengo miedo? Deja que empiece otra vez.

"Un libro lleno de ilustraciones", Charles Simic

Papá estudió teología por correoy era época de exámenes.
Mamá cosía. Me senté en silencio con un libro
lleno de ilustraciones. Cayó la noche.
Mis manos se enfriaron tocando las caras
de reyes y reinas muertas.

Había un impermeable negro
en la pieza de arriba
colgando del techo
¿pero que hacía allí?
las largas agujas de mamá hacían rápidas cruces.
Eran negras
como el interior de mi cabeza en ese entonces.

Las páginas que volvía sonaban como alas.
“El alma es un pájaro”, dijo él una vez.
En mi libro lleno de ilustraciones
arreció una batalla: lanzas y sables
hicieron una suerte de bosque invernal
con mi cabeza atravesada y sangrando en sus ramas.

"Contra el invierno", de Charles Simic

La verdad es oscura bajo tus párpados.
¿Qué harás al respecto?
Los pájaros se callan; no hay a quién preguntarle.
El día entero miras hacia el cielo gris.
Cuando sopla el viento te agitas como paja.

Tú humilde cordero, te dejas crecer lana
hasta que vienen tras de ti con cizallas tremendas.
Las moscas se arremolinan sobre tu boca abierta,
hasta que ellas también vuelan como hojas
y las ramas desnudas intentan seguirlas, en vano.

Se viene el invierno. Como el último heroico soldado
de un ejército vencido, te mantienes en tu puesto,
la cabeza desnuda para el primer copo de nieve.
Hasta que un vecino viene a decirte:
estás más loco que el clima, Charles.

"Reunión de nubes", Charles Simic

Parecía el tipo de vida que queríamos.
Moras silvestres y crema en la mañana.
Luz del sol en cada pieza,
los dos desnudos caminando junto al mar.

Sin embargo, algunas tardes, nos hallamos
inseguros de lo que viene ahora.
Como actores trágicos en un teatro en llamas,
con pájaros haciendo círculos sobre nuestras cabezas,
los pinos oscuros extrañamente quietos,
cada roca que pisamos ensangrentada por el atardecer.

Volvimos a nuestra terraza tomando vino.
¿Por qué siempre este indicio de un final no feliz?
Nubes de aspecto casi humano
juntándose sobre el horizonte, pero el resto apacible
con el aire tan tibio y el mar reposado.

De pronto sobre nosotros la noche, una noche sin estrellas.
Tú prendiendo una vela, llevándola desnuda
a nuestra habitación y apagándola de súbito.
Los pinos y la hierba extrañamente quietos.

"Comiendo poesía", de Mark Strand

Tinta corre de las comisuras de mi boca.
No hay nadie más feliz que yo.
Estuve comiendo poesía.

La bibliotecaria no puede creer lo que ve.
Sus ojos están tristes
y camina con las manos sobre el vestido.

Los poemas se fueron.
La luz es tenue.
Los perros están en las escaleras del sótano y subiendo.

Ruedan sus globos oculares
sus piernas rubias queman como cepillos.
La pobre bibliotecaria empieza a patear y a llorar.

No entiende.
Cuando caigo de rodillas y lamo su mano,
grita.

Soy un hombre nuevo.
Le gruño y aúllo.
Retozo de alegría en la libresca oscuridad.

"Agua de pozo", de Randall Jarrell

Lo que una chica llamó “lo diario de la vida”
(agregando una carga a tu carga. Diciendo
“ya que estás aquí...” haciéndote un medio para
un medio para un medio para) es agua de pozo
bombeada de un viejo pozo en el fondo del mundo.
La bomba con la cual bombeas el agua está corroída
y difícil de mover y absurda, una rueda de ardilla
que una ardilla enferma torna lentamente, a través de
las soleadas, inexorables horas. Y aún así a veces
la rueda gira por su propio peso, la corroída
bomba bombea sobre tu cara sudando clara agua
fría, tan fría! Haces una copa con las manos
y sorbes de ellas lo diario de la vida.