lunes, 6 de noviembre de 2017

Terror de ver y haber: algunas notas a partir de "El Fantasma", de Gabriela Mistral

Aquí estoy si acaso me ven,
y lo mismo si no me vieran

6-7

Oh it gets dark, it gets lonely
On the other side from you

Kate Bush, Wuthering Heights

Lo fantasmal guarda no sólo una diferencia integral con la enunciación de lo que entendemos como a este lado de la vida, sino también con lo que entendemos como lo contrario de la misma. Esta relación es anómala porque no arrojamos con facilidad a lo meramente muerto al lado de lo en sí inerte; incluso sin pensarlo demasiado –tal vez precisamente por no pensarlo o bien no ser posible de pensar–, hay una resistencia íntima, una falta de tranquilidad en el hecho de poner a los muertos al lado de las piedras, como si piedras fueran. Tal vez de allí que las piedras actúen como máscaras de lo inerte, como tumbas; por eso la lápida va arriba, ocultando, impidiéndonos ver el contraste entre un muerto y una roca o, peor aún, que notemos horriblemente que hay un contraste porque no hay contraste alguno. Esta relación entre los vivos, los muertos y lo inerte es paradójica porque así como no queremos –pero a veces sí queremos– morir, también queremos y no queremos que los muertos se diluyan y aniquilen. Esto –quizá– explica la tumba, que oculta al muerto pero que al mismo tiempo lo señala; la inscripción mortuoria que lo identifica con un vivo, aunque ya no. La inscripción impide la total absorción del muerto en lo inerte, precisamente al autorizar al fin su desintegración, si sólo corpórea. No es así casual que a la borradura del nombre vaya asociada la exhumación del cuerpo, desnombrado ahora, sepultado en la fosa común; ni que se use con frecuencia, en tal caso, el verbo “arrojar”, como a una piedra. En tal caso, el tránsito hacia la mera cosa ha terminado con éxito; nos repugna, en general.

El poema El Fantasma, de Gabriela Mistral, parece explorar esa tensión, por lo demás explorada antes; el comercio entre vivos y muertos en la literatura no es novedoso, pero eso tiene poca importancia. El punto, para mí, es lo interesante de que Mistral tenga aguda conciencia de que hay una tensión irremontable, no ya en escribir un poema sobre un no vivo sino en introducir, inconcebiblemente, el no vivir en un poema, lo que traduce en un procedimiento en que sus verbos no dan cuenta –sino que son esa dislocación, trocándose en muertos vivos, como si ello fuera ineludible si lo que se pretende es indagar la zona de intersección entre los vivos y las cosas.

El procedimiento parece sencillo, y es tentador señalar que aquí Mistral no es en lo fundamental una experimentadora de usos nuevos, sino una recopiladora de imágenes ya usadas; “la dura noche” o “la dura mañana” no son ejemplos, ni antes ni ahora, de una peculiar torsión en el lenguaje. Resulta fácil comprender, entre todas las espectaculares cegueras que la acompañaron en vida, por qué gatillos más rápidos como Huidobro o Neruda llamaron mucho más la atención de una época todavía fascinada con la combustión interna, el acero, los aviones y los tanques.

No obstante, no se suele hacer justicia a Mistral respecto a su audacia verbal, –moderna si se quiere– cuando la demostró, y en ese ámbito El Fantasma no, es absoluto, un poema tímidamente tradicional –si tal cosa existe–, porque no hay antecedentes, hasta donde yo sé, en lengua española para figuras como queriendo haber lo que yo había, o bien

mi marcha de alga lamentable
que se retuerce contra su puerta

no sin remontarse al castellano anterior a 1492, aún flexible de Sem Tob, antes del Siglo de Oro y todo eso. La conexión entre la poesía medieval y la moderna, Pound y Apollinaire mediante, creo no merece ser discutida, y los ejemplos que puse pasan claramente por absolument modern, así Mistral no necesite esta defensa. Me detendré en el primero ejemplo que puse. En la quinta estrofa, Mistral dice:

Aquí me ven si es que ellos ven,
y aquí estoy aunque no supieran,
queriendo haber lo que yo había,
que como sangre me sustenta;

me resulta alucinante la elección del inmanejable verbo “haber”, siempre auxiliar salvo ahora, para denotar un ansia aún más profunda que la de ser o vivir: la de aunque sea haber, como un jirón al que aferrarse, un verbo que no puede en sentido estricto existir sólo por y para sí, correspondiendo a la amputación total que supone el (haber) muerto y saberlo. Pero la destreza de esta construcción no termina en eso. Si se pone atención al leer, se aclara –pero no se disipa– el nimbo de ambigüedad respecto de cuál es el sujeto pasivo de la acción de “haber”, si lo hay, que podría ser tanto el propio fantasma como los que están del otro lado. Así, queda una suerte de lucha soterrada, un tironeo entre el fantasma y los vivos respecto de lo que a aquél nutre –y en principio son los vivos los que necesitan sustento, pero no los vivos los que se sustentan en sangre–, manteniendo dolorosamente a aquél cerca de éstos.

Como una especie de puente para una relación entre vivos y muertos, Mistral elige una imagen desconcertante para describir al fantasma que habla, la de la larva, que, sabemos, es un comienzo y no un fin de la vida, como la semilla o un niño. Pero la larva es también el gusano que devora a los muertos. Con eso, Mistral podría haber completado su tarea; in my beginning is my end, se sabe. Pero la imagen opera aún más allá: de una forma diestra (o siniestra), incluso brillante, la larva –insecto, quizá parásito– es una vida pero una vida otra, alienígena, que amenaza a la nuestra: como el fantasma, aunque en otro sentido, se parece y no se parece a nosotros. Lo que creo que hace Mistral no es usar las semejanzas entre la larva y los muertos, ni señalar que tengan alguna correspondencia, salvo –y la salvedad es crucial– en cuanto a forzarnos a dirigir nuestra atención a que la diferencia de los vivos con ambas categorías son tales que una larva y un fantasma terminan asemejándose entre sí por la fuerza de nuestro rechazo o contraste espantoso, uniformadores en su intensidad, como amarrándolos de un extremo cada uno ante su fuerte forcejeo de resistencia, convirtiendo a ambos, juntos, en metáfora de lo horrible, duplicando el horror resultante.

De paso, Mistral arroja la pista de una concepción de la ultratumba como otra, nueva vida, pero irremediablemente amputada –tal como haber parece un muñón de ser– en la especie de una mutación hacia un estadio posible a través de la muerte, inalcanzable sin morir. Esto, en otro contexto, podría ofrecer una esperanza, un consuelo. No en este poema: porque la puerta, insistentemente, es todavía la única dirección en que el fantasma mira. Me refiero a un elemento que permea este texto:

En país que no es mi país,
en ciudad que ninguno mienta,
junto a casa que no es mi casa,
pero siendo mía una puerta,

puerta que es un imán de atención, un foco visual y, por tanto, una especie de visión obsesa y traumática para un muerto que no quiere estarlo, un catalejo que le deja ver, pero le obstruye tanto tocar como ser visto y tocado:

Detrás la cual yo puse todo,
yo dejé todo como ciega,
sin traer llave que me conozca
y candado que me obedezca.

Aquí me estoy, y yo no supe
que volvería a esta puerta
sin brazo válido, sin mano dura
y sin la voz que mi voz era;

Como otros muertos vivientes, la fantasma mistraliana no ve que está muerta porque mira a los vivos aún, porque sólo mira a los vivos, a los que cree haber –en el sentido de “ingresarlos a su haber”, literalmente una suerte de contabilidad– al haber puesto allí. Y como ver es lo que la configura, resulta transida de dolor por no ser vista: es decir, por ya no ser, si es que somos con y para otros; no como una piedra, tranquila y completa en su inercia, sino sólo un haber ya totalmente intransitivo, consistente en un ojo amputado de sí (sin brazo válido, sin mano dura), estático e hipervidente –es decir, ciego. Si, como lectores, esto no nos arroja al ámbito del puro terror, no sé qué podría hacerlo.

* * *
 
IV
EL FANTASMA

(de Tala)

En la dura noche cerrada
o en la húmeda mañana tierna,
sea invierno, sea verano,
esté dormida, esté despierta.

Aquí estoy si acaso me ven,
y lo mismo si no me vieran,
queriendo que abra aquel umbral
y me conozca aquella puerta.

En un turno de mando y ruego,
y sin irme, porque volviera,
con mis sentidos que tantean
sólo este leño de una puerta,

Aquí me ven si es que ellos ven,
y aquí estoy aunque no supieran,
queriendo haber lo que yo había,
que como sangre me sustenta;

En país que no es mi país,
en ciudad que ninguno mienta,
junto a casa que no es mi casa,
pero siendo mía una puerta,
 
Detrás la cual yo puse todo,
yo dejé todo como ciega,
sin traer llave que me conozca
y candado que me obedezca.
 
Aquí me estoy, y yo no supe
que volvería a esta puerta
sin brazo válido, sin mano dura
y sin la voz que mi voz era;
 
Que guardianes no me verían
ni oiría su oreja sierva,
y sus ojos no entenderían
que soy íntegra y verdadera;
 
Que anduve lejos y que vuelvo
y que yo soy, si hallé la senda,
me sé sus nombres con mi nombre
y entre puertas hallé la puerta,

¡A buscar lo que les dejé
que es mi ración sobre la tierra,
de mí respira y a mí salta,
como un regato, si me encuentra!
 
A menos que él también olvide
y que tampoco entienda y vea
mi marcha de alga lamentable
que se retuerce contra su puerta.

Si sus ojos también son esos
que ven sólo las formas ciertas,
que ven vides y ven olivos
y criaturas verdaderas;

Y de verdad yo soy la Larva
desgajada de otra ribera,
que resbala país de hombres
con el silencio de la niebla;

¡Que no raya su pobre llano,
y no lo arruga de su huella,
y que no echa vaho de jadeo
sobre el aljibe de una puerta!
 
¡Que dormida dejó su carne,
como el árabe deja la tienda,
y por la noche, sin soslayo,
llegó a caer sobre su puerta!;