Aquí
estoy si acaso me ven,
y
lo mismo si no me vieran
6-7
Oh
it gets dark, it gets lonely
On the other side from you
On the other side from you
Kate
Bush, Wuthering
Heights
Lo
fantasmal guarda no sólo una diferencia integral con la enunciación
de lo que entendemos como a este lado de la vida, sino también con
lo que entendemos como lo contrario de la misma. Esta relación es
anómala porque no arrojamos con facilidad a lo meramente muerto al
lado de lo en sí inerte; incluso sin pensarlo demasiado –tal vez
precisamente por no pensarlo o bien no ser posible de pensar–, hay
una resistencia íntima, una falta de tranquilidad en el hecho de
poner a los muertos al lado de las piedras, como si piedras fueran.
Tal vez de allí que las piedras actúen como máscaras de lo inerte,
como tumbas; por eso la lápida va arriba, ocultando, impidiéndonos
ver el contraste entre un muerto y una roca o, peor aún, que notemos
horriblemente que hay un contraste porque no hay contraste alguno.
Esta relación entre los vivos, los muertos y lo inerte es paradójica
porque así como no queremos –pero a veces sí queremos– morir,
también queremos y no queremos que los muertos se diluyan y
aniquilen. Esto –quizá– explica la tumba, que oculta al muerto
pero que al mismo tiempo lo señala; la inscripción mortuoria que lo
identifica con un vivo, aunque ya no. La inscripción impide la total
absorción del muerto en lo inerte, precisamente al autorizar al fin
su desintegración, si sólo corpórea. No es así casual que a la
borradura del nombre vaya asociada la exhumación del cuerpo,
desnombrado ahora, sepultado en la fosa común; ni que se use con
frecuencia, en tal caso, el verbo “arrojar”, como a una piedra.
En tal caso, el tránsito hacia la mera cosa ha terminado con éxito;
nos repugna, en general.
El
poema El
Fantasma,
de Gabriela Mistral, parece explorar esa tensión, por lo demás
explorada antes; el comercio entre vivos y muertos en la literatura
no es novedoso, pero eso tiene poca importancia. El punto, para mí,
es lo interesante de que Mistral tenga aguda conciencia de que hay
una tensión irremontable, no ya en escribir un poema sobre un no
vivo sino en introducir, inconcebiblemente, el no vivir en un poema,
lo que traduce en un procedimiento en que sus verbos no dan cuenta
–sino que son esa dislocación, trocándose en muertos vivos, como
si ello fuera ineludible si lo que se pretende es indagar la zona de
intersección entre los vivos y las cosas.
El
procedimiento parece sencillo, y es tentador señalar que aquí
Mistral no es en lo fundamental una experimentadora de usos nuevos,
sino una recopiladora de imágenes ya usadas; “la dura noche” o
“la dura mañana” no son ejemplos, ni antes ni ahora, de una
peculiar torsión en el lenguaje. Resulta fácil comprender, entre
todas las espectaculares cegueras que la acompañaron en vida, por
qué gatillos más rápidos como Huidobro o Neruda llamaron mucho más
la atención de una época todavía fascinada con la combustión
interna, el acero, los aviones y los tanques.
No
obstante, no se suele hacer justicia a Mistral respecto a su audacia
verbal, –moderna si se quiere– cuando la demostró, y en ese
ámbito El
Fantasma
no, es absoluto, un poema tímidamente tradicional –si tal cosa
existe–, porque no hay antecedentes, hasta donde yo sé, en lengua
española para figuras como queriendo
haber lo que yo había,
o bien
mi
marcha de alga lamentable
que
se retuerce contra su puerta
no
sin remontarse al castellano anterior a 1492, aún flexible de Sem
Tob, antes del Siglo de Oro y todo eso. La conexión entre la poesía
medieval y la moderna, Pound y Apollinaire mediante, creo no merece
ser discutida, y los ejemplos que puse pasan claramente por
absolument
modern,
así Mistral no necesite esta defensa. Me detendré en el primero
ejemplo que puse. En la quinta estrofa, Mistral dice:
Aquí
me ven si es que ellos ven,
y
aquí estoy aunque no supieran,
queriendo
haber lo que yo había,
que
como sangre me sustenta;
me resulta alucinante la elección del inmanejable
verbo “haber”, siempre auxiliar salvo ahora, para denotar un
ansia aún más profunda que la de ser o vivir: la de aunque sea
haber,
como un jirón al que aferrarse, un verbo que no puede en sentido
estricto existir sólo por y para sí, correspondiendo a la
amputación total que supone el (haber) muerto y saberlo. Pero la
destreza de esta construcción no termina en eso. Si se pone atención
al leer, se aclara –pero no se disipa– el nimbo de ambigüedad
respecto de cuál es el sujeto pasivo de la acción de “haber”,
si lo hay, que podría ser tanto el propio fantasma como los que
están del otro lado. Así, queda una suerte de lucha soterrada, un
tironeo entre el fantasma y los vivos respecto de lo que a aquél
nutre –y en principio son los vivos los que necesitan sustento,
pero no los vivos los que se sustentan en sangre–, manteniendo
dolorosamente a aquél cerca de éstos.
Como
una especie de puente para una relación entre vivos y muertos,
Mistral elige una imagen desconcertante para describir al fantasma
que habla, la de la larva, que, sabemos, es un comienzo y no un fin
de la vida, como la semilla o un niño. Pero la larva es también el
gusano que devora a los muertos. Con eso, Mistral podría haber
completado su tarea; in
my beginning is my end,
se sabe. Pero la imagen opera aún más allá: de una forma diestra
(o siniestra), incluso brillante, la larva –insecto, quizá
parásito– es una vida pero una vida otra, alienígena, que amenaza
a la nuestra: como el fantasma, aunque en otro sentido, se parece y
no se parece a nosotros. Lo que creo que hace Mistral no es usar las
semejanzas entre la larva y los muertos, ni señalar que tengan
alguna correspondencia, salvo
–y la salvedad es crucial– en cuanto a forzarnos a dirigir
nuestra atención a que la diferencia de los vivos con ambas
categorías son tales que una larva y un fantasma terminan
asemejándose entre sí por la fuerza de nuestro rechazo o contraste
espantoso, uniformadores en su intensidad, como amarrándolos de un
extremo cada uno ante su fuerte forcejeo de resistencia, convirtiendo
a ambos, juntos, en metáfora de lo horrible, duplicando el horror
resultante.
De
paso, Mistral arroja la pista de una concepción de la ultratumba
como otra, nueva vida, pero irremediablemente amputada –tal como
haber
parece un muñón de ser–
en la especie de una mutación hacia un estadio posible a través de
la muerte, inalcanzable sin morir. Esto, en otro contexto, podría
ofrecer una esperanza, un consuelo. No en este poema: porque la
puerta, insistentemente, es todavía la única dirección en que el
fantasma mira. Me refiero a un elemento que permea este texto:
En
país que no es mi país,
en
ciudad que ninguno mienta,
junto
a casa que no es mi casa,
pero
siendo mía una puerta,
puerta
que es un imán de atención, un foco visual y, por tanto, una
especie de visión obsesa y traumática para un muerto que no quiere
estarlo, un catalejo que le deja ver, pero le obstruye tanto tocar
como ser visto y tocado:
Detrás
la cual yo puse todo,
yo
dejé todo como ciega,
sin
traer llave que me conozca
y
candado que me obedezca.
Aquí
me estoy, y yo no supe
que
volvería a esta puerta
sin
brazo válido, sin mano dura
y
sin la voz que mi voz era;
Como
otros muertos vivientes, la fantasma mistraliana no ve
que está muerta porque mira a los vivos aún, porque sólo
mira a los vivos, a los que cree haber
–en el sentido de “ingresarlos a su haber”, literalmente una
suerte de contabilidad– al haber puesto allí.
Y como ver es lo que la configura, resulta transida de dolor por no
ser vista: es decir, por ya no ser, si es que somos con y para otros;
no como una piedra, tranquila y completa en su inercia, sino sólo un
haber ya totalmente intransitivo, consistente en un ojo amputado de
sí (sin
brazo válido, sin mano dura),
estático e hipervidente –es decir, ciego. Si, como lectores, esto
no nos arroja al ámbito del puro terror, no sé qué podría
hacerlo.
*
* *
IV
EL
FANTASMA
(de
Tala)
En
la dura noche cerrada
o
en la húmeda mañana tierna,
sea
invierno, sea verano,
esté
dormida, esté despierta.
Aquí
estoy si acaso me ven,
y
lo mismo si no me vieran,
queriendo
que abra aquel umbral
y
me conozca aquella puerta.
En
un turno de mando y ruego,
y
sin irme, porque volviera,
con
mis sentidos que tantean
sólo
este leño de una puerta,
Aquí
me ven si es que ellos ven,
y
aquí estoy aunque no supieran,
queriendo
haber lo que yo había,
que
como sangre me sustenta;
En
país que no es mi país,
en
ciudad que ninguno mienta,
junto
a casa que no es mi casa,
pero
siendo mía una puerta,
Detrás
la cual yo puse todo,
yo
dejé todo como ciega,
sin
traer llave que me conozca
y
candado que me obedezca.
Aquí
me estoy, y yo no supe
que
volvería a esta puerta
sin
brazo válido, sin mano dura
y
sin la voz que mi voz era;
Que
guardianes no me verían
ni
oiría su oreja sierva,
y
sus ojos no entenderían
que
soy íntegra y verdadera;
Que
anduve lejos y que vuelvo
y
que yo soy, si hallé la senda,
me
sé sus nombres con mi nombre
y
entre puertas hallé la puerta,
¡A
buscar lo que les dejé
que
es mi ración sobre la tierra,
de
mí respira y a mí salta,
como
un regato, si me encuentra!
A
menos que él también olvide
y
que tampoco entienda y vea
mi
marcha de alga lamentable
que
se retuerce contra su puerta.
Si
sus ojos también son esos
que
ven sólo las formas ciertas,
que
ven vides y ven olivos
y
criaturas verdaderas;
Y
de verdad yo soy la Larva
desgajada
de otra ribera,
que
resbala país de hombres
con
el silencio de la niebla;
¡Que
no raya su pobre llano,
y
no lo arruga de su huella,
y
que no echa vaho de jadeo
sobre
el aljibe de una puerta!
¡Que
dormida dejó su carne,
como
el árabe deja la tienda,
y
por la noche, sin soslayo,
llegó
a caer sobre su puerta!;
No hay comentarios:
Publicar un comentario