lunes, 17 de febrero de 2014

"Sylvia Plath, poeta del horror", de Philip Larkin



Sylvia Plath, poeta del horror1
Philip Larkin

En este libro2, Ted Hughes ha ordenado los poemas de Sylvia Plath en cuanto fue posible en el orden en que fueron escritos, con cerca de cuarenta páginas de juvenilia al final. Es por tanto posible leer a través de ellos, con ayuda de la ayuda de las notas de Hughes, con algún grado de certeza. Para alguien por lo demás no muy familiarizado con su vida y su obra, ésta es básicamente una experiencia extraordinaria.

Los primeros cien poemas (o, para ser preciso, los primeros noventa y ocho) no son en definitiva muy interesantes, salvo en cuanto exponen una destacable personalidad. Plath era prolífica y precoz. Parece haber escrito compulsivamente (su producción anual entre 1956 y su muerte en 1963 promedió treinta y dos poemas); cuando no tuvo nada sobre lo cual escribir escribió con pie forzado, tal como lo hiciera como estudiante en Smith College. No tiró nada. No parece haber pasado por el aprendizaje de seguir diferentes poetas por su estilo, salvo haya modelos quue desconozco; sus piezas son intelectualmente engreídas, vívidas y plenas de imágenes y vocabulario. La forma no era su punto fuerte; rimó y tanteó cuando le acomodaba, que fue menos y menos en cuanto creció. Ni su oído era “bueno”: “Cada maestro halló mi toque/extrañamente tieso”, dice ella de sus primeras lecciones de piano, y uno puede ver a qué se refiere; a veces, en 1956, su verso tiene la densidad del primer Dylan Thomas:

Ahora en la crux de tus votos cuelga tu oído,
quieto como una concha: oye qué edad de cristal
estos amantes profetizan atar fuertemente
segura en diamante de museo para la vista
de atónitas generaciones: luchan
por conquistar el reino de ceniza en el golpe de una hora
y acumular fe a salvo en un fósil.

Son poemas de mejor alumno, repletos de inventiva, sin centro emocional. Hughes da iluminadora cuenta de su búsqueda de un título para su primer libro: se llamó sucesivamente The Earthenware Head, The Everlasting Monday, Full Fathom Five, The Bull of Bendylaw, The Devil of the Stairs y finalmente The Colossus. El efecto es casi cómico.

Hasta 1959, los poemas de Plath carecen de lo que uno busca en cualquier escritor de estatura: la nota o el tema individuales por y con el cual él o ella seran identificados en lo sucesivo. Línea por línea son muchas veces notables; son olvidables en suma. Pero ese año un poema comienza así

El día que ella visitó la sala de disección
había cuatro hombres yacentes, negros como pavos quemados
ya desarmados a medias...

El golpe es súbito, y la posibilidad de que esté simplemente tratando un nuevo estilo se disipa con las piezas siguientes, “Suicidio tras Egg Rock” y “Rostro agostado”. A Plath le gustaban por su “ir al grano”, idea que sugiere el abandono del adorno literario en favor de un realismo más directo, y en un sentido eso fue verdad: había encontrado su tema. Era, con variaciones, neurosis, locura, enfermedad, muerte, horror, terror.

Una nota de Hughes cuenta que en esta época Plath fue cautivada por la obra de Theodore Roethke, y “se dio cuenta de cuánto podría ayudarla”. Ciertamente captó su modo hay-algo-sórdido-en-el-invernadero; ella también podía dar cuenta de la truculencia de la cosas. En noviembre de ese año escribió “Hongos”, un poema superficialmente amable, incluso georgiano, pero cargado de amenaza. El año siguiente vio el nacimiento de su primer hijo y un cese de actividad, pero al final del mismo estaba escribiendo

¡Cómo resonaron los balcones! ¡Cómo el sol alumbró
las calaveras, los huesos descoyuntados enfrentando la vista!
¡Espacio! ¡Espacio! La ropa de cama cediendo por entero.
Las patas del catre derretidas en terribles posturas, y las enfermeras--
Cada enfermera cosió su alma a una herida y desapareció.

La placentera excitación de ver a una joven escritora tomando el control de su material predestinado es anulada por la naturaleza de ese material y su envolvimiento con él. Las notas de Hughes ya han dejado claro que era mentalmente inestable: como muchos norteamericanos, tenía un psiquiatra, pero más individualmente, también una herida cruzándole la mejilla por un temprano intento de suicidio. Para ella, ejercitar su peculiar talento para las distorsiones del horror y la locura era arriesgar liberar esas fuerzas en ella misma. Estaba, para usar la conocida frase de Joseph Conrad, sumergiéndose en el elemento destructivo.

Al principio el ejercicio parece deliberado, escribiendo poemas con títulos tales como “Imsomne”, “Viuda”, “El cirujano a las 2 AM” y “103° de fiebre”, o sobre un hospital para veteranos de guerra mutilados, “niños talidomida” o cortarse el pulgar por la mitad. Pero después hay otros, en los cuales sujetos neutros o aun simpáticos son deliberadamente refractados en algo terrible o horrible: “La mujer del cuidador del zoológico”, de acuerdo a las notas, provino de las frecuentes visitas de Plath al zoológico de Regent's Park, en apariencia una situación bastante inocua, pero

Cómo nuestro cortejo prende las cajas de yesca--
tus rinocerontes bicornes abrieron su boca
Sucia como suela de bota y amplia como caño de hospital
por mi cubo de azúcar: su aliento de pantano
enguantó mi brazo hasta el codo.

Un ejemplo aún más impresionante es la serie de poemas sobre abejas. Plath crió abejas en Devon y asistió a reuniones de las Asociaciones de Criadores locales, actividades seguramente no para ser emprendidas sino desde un espíritu más bien puntual, pero que ella retrata como una especie de pesadilla mitopoética:

¿Cuál es el rector ahora, es ese hombre de negro?
¿Cuál es la matrona, es ése su abrigo azul?
Cada uno está agachando una cabeza negra y cuadrada, son caballeros con visera
corazas de estopa anudadas en sus axilas.
Sus sonrisas y sus voces están cambiando....
….........................................
Estoy exhausta, estoy exhausta---
Pilar de blanco en una negrura de cuchillos.
Soy la chica del mago que no se acobarda.
Los aldeanos están desatando sus disfraces, están dándose la mano.
De quién es esa larga y blanca caja en la alameda, qué es lo que han conseguido, por qué tengo frío.

Brillante como es esto, como si Hitchcock hubiera filmado la fiesta de la iglesia al comienzo de El ministerio del miedo, de Graham Greene, el lector no está de acuerdo en que, sí, debió ser terrible: en vez de eso, se pregunta si Plath no está voluntariamente amplificando este evento ordinario para hacer un poema, o si es de veras así como lo vio, en cuyo caso Plath y su lector se aprestan a seguir caminos separados. Por un momento parece primar la primera visión. Hughes cita una interesante observación de Plath al introducir una lectura radial de “Lady Lazarus” (uno de sus más celebrados poemas, compuesto de un intento de suicidio, la historia de Lázaro y los campos de la muerte alemanes, donde Dios es el Comandante) en el sentido de que el hablante en el poema es el Fénix, el espíritu libertario, una mujer con el don de renacer: “El único problema es que primero ella tiene que morir... Ella es también simplemente una mujer buena, sencilla y de muchos dotes”. Uno sospecha que la mitad del tiempo es lo que Plath era. También suena ambiciosa, competitiva, compulsiva, la chica con mejor perspectiva de éxito3, dispuesta a explotar sus propios traumas si hicieren poemas. Los poetas locos no escriben sobre locura: escriben sobre religión, sofás, la Revolución Francesa, su gato Jeoffry. Plath lo hizo: era su tema, su don (“lo hago excepcionalmente bien”); juntas jugaron un crecientemente riesgoso juego de pinta.

Por supuesto, todo pudo ser para mejor. En 1961 escribió su novela La campana de cristal, quizá con la idea de autoterapia y comenzar de nuevo. A principios de 1962 tuvo a su segundo hijo. En septiembre ella y su esposo se separaron. Durante este año escribió cincuenta y seis poemas, uno de ellos la larga y aparentemente reconciliada pieza para voces, Tres mujeres. Crecientemente divorciados de incidente identificable alguno, parecen ingresar en la neurosis, o insanía, y existen allí en una prolongado éxtasis de tono agudo como nada más en la literatura. No pueden citarse con sentido; deben ser leídos enteros. En febrero de 1963 se mató.

Cuánto de esto se debió a una presión desde dentro, cuánto a una desde fuera es difícil de decir. Puede que Plath haya intentado más de lo que pudo abarcar y sido destruida por las circunstancias. O pudo haber estado destinada a tal quiebre sin importar qué hiciera. O, como he sugerido, puede haber entretenido su talento en seguir una moda literaria (Roethke, Lowell), hasta que perdió su control y la aplastó. Considerando lo que suele ser su temática, sus poemas, particularmente los últimos, son curiosa, incluso vivazmente impersonales; es difícil de ver cómo pudo ser etiquetada de confesional. Como poemas, son en altísimo grado originales y apenas menos efectivos. Lo valiosos que nos resulten dependerá de cuánto apreciemos la expresión de la experiencia con la que no podemos identificarnos en modo alguno, y de la que sólo podemos volver con espanto y pesar.

1982






1Nombre original: Horror Poet, en Required Writings, Faber, 1983
2Sylvia Plath, Collected Poems, Faber, 1981, editado por Ted Hughes.
3The girl most likely to succeed: Larkin se refiere a la categoría utilizada en los anuarios de graduación de secundaria en los Estados Unidos (N. del T.)