domingo, 14 de febrero de 2010

Mark Strand, "Hombre y camello"

En la víspera de mi cumpleaños número cuarenta
me senté en el antejardín con un cigarro
cuando de la nada un hombre y un camello
aparecieron. No hicieron ni un ruido
al principio, pero a medida que se perdían
por la calle y fuera del pueblo empezaron a cantar.
Lo que cantaron sigue siendo un misterio para mí–
las voces eran indistinguibles y la tonada
muy ornamentada para recordar. Se adentraron
en el desierto y mientras iban, sus voces
se elevaron como una sobre el rugiente sonido
de la arena arrojada por el viento. La maravilla de su canto,
su elusiva mezcla de hombre y camello parecían
la imagen ideal para toda pareja dispareja.
¿Acaso era esta la noche que había esperado
tanto tiempo? Quería creer que sí,
pero justo a punto de desaparecer, el hombre
y el camello dejaron de cantar y galoparon
de vuelta al pueblo. Se detuvieron en mi antejardín,
mirándome con ojos endurecidos y dijeron:
"Lo arruinaste. Lo arruinaste para siempre."

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