miércoles, 24 de marzo de 2010

"Creyendo en el hierro", Yusef Komunyakaa

Las colinas que mis hermanos y yo creamos
nunca se equilibraron, y tomó años
descubrir cómo funcionaba el mundo.
Podemos mirar hacia un árbol de mirlos
y decirte cuántos hay allí,
pero con el tratante de chatarra
nuestra matemática siempre fallaba.
Semanas de levantar y resoplar
nunca agregaron mucho,
pero no podíamos dejar
de creer en el hierro.
Camiones y autos abandonados
eran retenidos contra la tierra
por gruesos, nostálgicos dedos de trepadora
fuertes como una docena de aparceros.
Habíamos regresado con nuestra carretilla
gimiendo bajo una nueva carga,
aún así los lirios tigre vivían mejor
en su lánguido dominio de agosto.
Entre papeles y botellas de coca cola
humos de fundición borraron atardeceres
y no pudimos creer que el hierro
dejara a los hombres doblarse tan cerca de la tierra
como si el mineral bajo su aliento
tirara hacia abajo el cielo gris.
A veces soñé cómo nuestras colinas
fueron arrastradas hacia un mar de metal,
como todo se convirtió en un ancla
para un barco de guerra o un bombardero
a lo largo de árboles floreciendo
demasiado rojos para mirar.

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