Algunas noches está destinado a ser la mejor forma de huir,
cuando la pesadilla es el extremo más corto de la pajita,
cuando el sueño es un lugar del pueblo donde no es seguro
caminar de noche, cuando levantarse es la única manera
que tienes de poner distancia con tus muertos desdichados,
un lote creciente, y escapar de su tiempo hacia el tuyo
por otro rato siquiera.
Entonces pasa como un fantasma, un planeta en la casa
nunca visto, entre las habitaciones
donde los niños se sueñan a sí mismos, y desde las cuales baja
al dominio vacío donde la luz del día reina;
recompénsate con un trago y un libro que leer,
un misterio, por su evasivo don
de reafirmación contra la hora de morir.
Ordénale a tu corazón: ¡deja de hacer eso!
y haz secular de nuevo al mundo.
Entonces, cuando sepas quién lo hizo, apaga la luz
y quedamente en lo oscuro, en el claro de luna o de la nieve
reflejando, escucha a la tierra silbar
en su trayectoria con efecto alrededor del sol
que a veces hace retrógrados a los planetas
y nos trae el frío olvido del amanecer
cuya luz extingue todas las luces, salvo una.
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