Estuvimos felices cuando mamá se divorció de ti. Lo aguantó y
aguantó en silencio, todos esos años y entonces
te pateó, de repente y a sus hijos
les encantó. Entonces te despidieron, y nosotros
sonreímos por dentro, como sonreía la gente
cuando por última vez el helicóptero
de Nixon despegó del patio Sur. Nos hizo cosquillas
la idea de que te quitaran tu oficina,
te quitaran tus secretarias,
tus almuerzos de triple whisky doble,
tus lápices, tus resmas de papel. ¿Te llevarías también
tus trajes contigo, esas oscuras
calaveras en tu closet y las negras
puntas de tus zapatos con sus grandes poros?
Ella nos enseñó a soportarlo, a odiarte y soportarlo
hasta que nos erizamos con ella porque te
aniquilaras, padre. Ahora
dejo atrás a los vagos en los portales, las blancas
babosas de sus cuerpos destellando a través de rendijas en sus
trajes de cieno prensado, las manchadas
aletas de sus manos, el subacuático
fuego de sus ojos, barcos hundidos con las
linternas prendidas, y me pregunto quién lo tomó y
lo tomó de ellos en silencio hasta que lo
dieron todo y les quedó nada
más que esto.
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