Sylvia Plath, poeta
del horror1
Philip Larkin
En este libro2,
Ted Hughes ha ordenado los poemas de Sylvia Plath en cuanto fue
posible en el orden en que fueron escritos, con cerca de cuarenta
páginas de juvenilia al final. Es por tanto posible leer a través
de ellos, con ayuda de la ayuda de las notas de Hughes, con algún
grado de certeza. Para alguien por lo demás no muy familiarizado con
su vida y su obra, ésta es básicamente una experiencia
extraordinaria.
Los primeros cien poemas
(o, para ser preciso, los primeros noventa y ocho) no son en
definitiva muy interesantes, salvo en cuanto exponen una destacable
personalidad. Plath era prolífica y precoz. Parece haber escrito
compulsivamente (su producción anual entre 1956 y su muerte en 1963
promedió treinta y dos poemas); cuando no tuvo nada sobre lo cual
escribir escribió con pie forzado, tal como lo hiciera como
estudiante en Smith College. No tiró nada. No parece haber pasado
por el aprendizaje de seguir diferentes poetas por su estilo, salvo
haya modelos quue desconozco; sus piezas son intelectualmente
engreídas, vívidas y plenas de imágenes y vocabulario. La forma no
era su punto fuerte; rimó y tanteó cuando le acomodaba, que fue
menos y menos en cuanto creció. Ni su oído era “bueno”: “Cada
maestro halló mi toque/extrañamente tieso”, dice ella de sus
primeras lecciones de piano, y uno puede ver a qué se refiere; a
veces, en 1956, su verso tiene la densidad del primer Dylan Thomas:
Ahora en la crux de tus
votos cuelga tu oído,
quieto como una concha:
oye qué edad de cristal
estos amantes profetizan
atar fuertemente
segura en diamante de
museo para la vista
de atónitas
generaciones: luchan
por conquistar el reino
de ceniza en el golpe de una hora
y acumular fe a salvo en
un fósil.
Son poemas de mejor
alumno, repletos de inventiva, sin centro emocional. Hughes da
iluminadora cuenta de su búsqueda de un título para su primer
libro: se llamó sucesivamente The Earthenware Head, The
Everlasting Monday, Full Fathom Five, The Bull of
Bendylaw, The Devil of the Stairs y finalmente The
Colossus. El efecto es casi cómico.
Hasta 1959, los poemas de
Plath carecen de lo que uno busca en cualquier escritor de estatura:
la nota o el tema individuales por y con el cual él o ella seran
identificados en lo sucesivo. Línea por línea son muchas veces
notables; son olvidables en suma. Pero ese año un poema comienza así
El día que ella visitó
la sala de disección
había cuatro hombres
yacentes, negros como pavos quemados
ya desarmados a
medias...
El golpe es súbito, y la
posibilidad de que esté simplemente tratando un nuevo estilo se
disipa con las piezas siguientes, “Suicidio tras Egg Rock” y
“Rostro agostado”. A Plath le gustaban por su “ir al grano”,
idea que sugiere el abandono del adorno literario en favor de un
realismo más directo, y en un sentido eso fue verdad: había
encontrado su tema. Era, con variaciones, neurosis, locura,
enfermedad, muerte, horror, terror.
Una nota de Hughes cuenta
que en esta época Plath fue cautivada por la obra de Theodore
Roethke, y “se dio cuenta de cuánto podría ayudarla”.
Ciertamente captó su modo hay-algo-sórdido-en-el-invernadero; ella
también podía dar cuenta de la truculencia de la cosas. En
noviembre de ese año escribió “Hongos”, un poema
superficialmente amable, incluso georgiano, pero cargado de amenaza.
El año siguiente vio el nacimiento
de su primer hijo y un cese de actividad, pero al final del mismo
estaba escribiendo
¡Cómo
resonaron los balcones! ¡Cómo el sol alumbró
las
calaveras, los huesos descoyuntados enfrentando la vista!
¡Espacio!
¡Espacio! La ropa de cama cediendo por entero.
Las
patas del catre derretidas en terribles posturas, y las enfermeras--
Cada
enfermera cosió su alma a una herida y desapareció.
La
placentera excitación de ver a una joven escritora tomando el
control de su material predestinado es anulada por la naturaleza de
ese material y su envolvimiento con él. Las notas de Hughes ya han
dejado claro que era mentalmente inestable: como muchos
norteamericanos, tenía un psiquiatra, pero más individualmente,
también una herida cruzándole la mejilla por un temprano intento de
suicidio. Para ella, ejercitar su peculiar talento para las
distorsiones del horror y la locura era arriesgar liberar esas
fuerzas en ella misma. Estaba, para usar la conocida frase de Joseph
Conrad, sumergiéndose en el elemento destructivo.
Al principio el ejercicio
parece deliberado, escribiendo poemas con títulos tales como
“Imsomne”, “Viuda”, “El cirujano a las 2 AM” y “103°
de fiebre”, o sobre un hospital para veteranos de guerra mutilados,
“niños talidomida” o cortarse el pulgar por la mitad. Pero
después hay otros, en los cuales sujetos neutros o aun simpáticos
son deliberadamente refractados en algo terrible o horrible: “La
mujer del cuidador del zoológico”, de acuerdo a las notas, provino
de las frecuentes visitas de Plath al zoológico de Regent's Park, en
apariencia una situación bastante inocua, pero
Cómo nuestro cortejo
prende las cajas de yesca--
tus rinocerontes
bicornes abrieron su boca
Sucia como suela de bota
y amplia como caño de hospital
por mi cubo de azúcar:
su aliento de pantano
enguantó mi brazo hasta
el codo.
Un ejemplo aún más
impresionante es la serie de poemas sobre abejas. Plath crió abejas
en Devon y asistió a reuniones de las Asociaciones de Criadores
locales, actividades seguramente no para ser emprendidas sino desde
un espíritu más bien puntual, pero que ella retrata como una
especie de pesadilla mitopoética:
¿Cuál es el rector
ahora, es ese hombre de negro?
¿Cuál es la matrona,
es ése su abrigo azul?
Cada uno está agachando
una cabeza negra y cuadrada, son caballeros con visera
corazas de estopa
anudadas en sus axilas.
Sus sonrisas y sus voces
están cambiando....
….........................................
Estoy exhausta, estoy
exhausta---
Pilar de blanco en una
negrura de cuchillos.
Soy la chica del mago
que no se acobarda.
Los aldeanos están
desatando sus disfraces, están dándose la mano.
De quién es esa larga y
blanca caja en la alameda, qué es lo que han conseguido, por qué
tengo frío.
Brillante como es esto,
como si Hitchcock hubiera filmado la fiesta de la iglesia al comienzo
de El ministerio del miedo,
de Graham Greene, el lector no está de acuerdo en que, sí, debió
ser terrible: en vez de eso, se pregunta si Plath no está
voluntariamente amplificando este evento ordinario para hacer un
poema, o si es de veras así como lo vio, en cuyo caso Plath y su
lector se aprestan a seguir caminos separados. Por un momento parece
primar la primera visión. Hughes cita una interesante observación
de Plath al introducir una lectura radial de “Lady Lazarus” (uno
de sus más celebrados poemas, compuesto de un intento de suicidio,
la historia de Lázaro y los campos de la muerte alemanes, donde Dios
es el Comandante) en el sentido de que el hablante en el poema es el
Fénix, el espíritu libertario, una mujer con el don de renacer: “El
único problema es que primero ella tiene que morir... Ella es
también simplemente una mujer buena, sencilla y de muchos dotes”.
Uno sospecha que la mitad del tiempo es lo que Plath era. También
suena ambiciosa, competitiva, compulsiva, la chica con mejor
perspectiva de éxito3,
dispuesta a explotar sus propios traumas si hicieren poemas. Los
poetas locos no escriben sobre locura: escriben sobre religión,
sofás, la Revolución Francesa, su gato Jeoffry. Plath lo hizo: era
su tema, su don (“lo hago excepcionalmente bien”); juntas jugaron
un crecientemente riesgoso juego de pinta.
Por
supuesto, todo pudo ser para mejor. En 1961 escribió su novela La
campana de cristal, quizá con
la idea de autoterapia y comenzar de nuevo. A principios de 1962 tuvo
a su segundo hijo. En septiembre ella y su esposo se separaron.
Durante este año escribió cincuenta y seis poemas, uno de ellos la
larga y aparentemente reconciliada pieza para voces, Tres
mujeres. Crecientemente
divorciados de incidente identificable alguno, parecen ingresar en la
neurosis, o insanía, y existen allí en una prolongado éxtasis de
tono agudo como nada más en la literatura. No pueden citarse con
sentido; deben ser leídos enteros. En febrero de 1963 se mató.
Cuánto
de esto se debió a una presión desde dentro, cuánto a una desde
fuera es difícil de decir. Puede que Plath haya intentado más de lo
que pudo abarcar y sido destruida por las circunstancias. O pudo
haber estado destinada a tal quiebre sin importar qué hiciera. O,
como he sugerido, puede haber entretenido su talento en seguir una
moda literaria (Roethke, Lowell), hasta que perdió su control y la
aplastó. Considerando lo que suele ser su temática, sus poemas,
particularmente los últimos, son curiosa, incluso vivazmente
impersonales; es difícil de ver cómo pudo ser etiquetada de
confesional. Como poemas, son en altísimo grado originales y apenas
menos efectivos. Lo valiosos que nos resulten dependerá de cuánto
apreciemos la expresión de la experiencia con la que no podemos
identificarnos en modo alguno, y de la que sólo podemos volver con
espanto y pesar.
1982
1Nombre
original: Horror Poet, en Required Writings, Faber, 1983
2Sylvia
Plath, Collected Poems,
Faber, 1981, editado por Ted Hughes.
3The
girl most likely to succeed: Larkin se refiere a la categoría
utilizada en los anuarios de graduación de secundaria en
los Estados Unidos (N. del T.)